Henry E Jones - Antología

Nos acercamos a las letras de Henry E Jones a través de su libro "La Realidad es Puro Cuento" y su poemario "Compartir la Vida".

Puerto de la Imaginación

octubre 13, 2023

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La Realidad es Puro Cuento es el libro de Henry E Jones que nos recuerda la alegría de compartir la vida y el pensamiento para amigos de toda la vida o amigos y amigas que no conocemos, lectores. Estamos muy agradecidos por la confianza de su amiga y de su hermana con Puerto de la Imaginación.
El Arcano Anciano
     En ningún momento imaginamos lo que íbamos a encontrar. Sabíamos que era la escalada más difícil de todas cuanto habíamos afrontado. Seguramente la idea de la muerte pasó fugazmente a través de la mente de cada uno de nosotros en varios de los trechos de roca que tuvimos que escalar. En seis días ya nos habíamos acercado suficientemente a la cumbre.

      Iniciamos la jornada del séptimo día con la meta de llegar a ella. El
majestuoso paisaje de nieve y roca nunca antes había sido pisado por
alguien. El último pequeño valle por donde pasamos se veía abajo, a unos
quinientos metros, como una enorme alfombra blanca. En el horizonte se
observaban otras cumbres nevadas, pero no se alcanzaba a ver en parte
alguna un ser humano o una planta.
      Conformada la cordada iniciamos la escalada de ese último tramo.
Jaime adelante buscaba detenidamente las pocas grietas que la roca nos
brindaba y puso en ellas los empotradores, pequeños trozos metálicos
de diversas formas, de los cuales salen unos cordeles cortos, de donde
finalmente pendían nuestras vidas. Sabíamos que el riesgo de perderlas
estaba a cada paso. Pero ya nos habíamos acostumbrado al reto de
las alturas. La búsqueda de la íntima satisfacción del objetivo cumplido,
la sensación de absoluta libertad en los espacios abiertos de las cimas,
nos habían unido durante varios años. Cuando uno cualquiera de los tres, avanzaba, confiaba plenamente en el agarre firme que los otros dos debían
de tener, quietos, aferrados a la montaña, para que la cuerda que nos unía
pudiera servir de cuerda salvadora, en caso de caer al vacío.
     Durante siete horas, concentrados en cada uno de nuestros movimientos, avanzamos hacia la cúspide. Al llegar a ella observamos una
pequeña meseta de nieve de color amarillo brillante, de un reverberar tal
que si no hubiera sido por nuestros anteojos oscuros, en tres minutos nos
hubiéramos quedado ciegos.
      Un pequeño montículo, de forma piramidal, emergía en medio de ella.
Y en él, una cueva.
      Avanzamos lentamente por el suspenso y no por la fatiga, pues ésta no
la sentíamos. Una extraña energía inundaba el ambiente. Al llegar a la gruta
quedamos perplejos.
      - Una bonita jornada habéis realizado - dijo con voz ronca y fuerte el
      anciano que se encontraba dentro de la cueva.
      - ¿Quién es usted? - se apresuró a preguntar Gustavo.
      - Nunca antes alguien había venido aquí - prosiguió el anciano
      haciendo caso omiso a la pregunta.
      - ¿Quién es usted? - insistió Gustavo.
      Y el viejo, fijando los cálidos ojos en los inquisidores ojos de Gustavo,
      quien se había levantado los anteojos por un instante, le respondió:
      - Pasado, presente, futuro. Eso soy.
       Reinó un breve silencio. Seguramente Gustavo y Jaime estaban
       tratando, como yo, de interpretar la respuesta. Pero él continuó:
      - Pero no hablemos de mí, de por qué estoy aquí, de lo que hago.
      Hablemos de ustedes.
      Y empezó a preguntarnos sobre nuestras vidas, sobre las metas que
teníamos, sobre los retos que nos fijábamos, sobre el disfrute o no de la
misma vida, sobre la pasión por lo que hacemos y sobre muchas otras
cosas más.
      Por momentos me parecía que estaba hablando con un fantasma.
Con disimulo me acercaba y lo tocaba. Lo hice varias veces. Puro calor
humano. Pero... ¿qué hacía allí? ¿Cómo había llegado? ¿Cuándo? Mi
infalible lógica se apresuraba a responderme que ese mismo día, pues no
veía vestigios de comida, ni de ropa, ni de lecho.
      - “¡Qué misterioso anciano!”, pensaba para mis adentros mientras la
conversación continuaba.
     Cuadro extraño el que conformábamos bajo la insólita luminosidad
de la cueva. El sayal blanco y la sencillez del anciano contrastaban con
nuestras abultadas ropas, con nuestro equipo de montaña: pasamontañas,
cuerdas, mosquetones, cordinos y demás elementos. Sentados en cuatro
rocas parecíamos figuras surgidas de un cuento de hadas.
     Pasado un rato, Jaime se levantó a inspeccionar las paredes de la
cueva. Entonces observamos el polvillo amarillento que había quedado en
su pantalón al derretirse la nieve.
     - ¡Mira, Jaime, el brillo de ese polvo en tu pantalón! - me apresuré a decir.
     - Es oro - dijo el viejo -. Toda la cumbre tiene oro.
     - ¡Entonces seremos ricos! - dije instintivamente.
     - Ya lo sois - agregó el anciano.
     Un brillo especial iluminó los rostros de Gustavo y Jaime. Y seguramente
el mío.
     En su pesquisa, Jaime descubrió que, cubierta por la nieve, había una
puerta de roca delgada en la entrada de la cueva.
      - Señor... ¿esta puerta puede cerrarse?
      - Sí. Si queréis, cerradla. Pero os aconsejo que estéis todos afuera.
      Los tres nos miramos, cómplices en la curiosidad, con esa mirada
aprobatoria que ya nos conocíamos. Uno tras otro fuimos saliendo.
Quitamos la nieve que la cubría y antes de mover la puerta, intrigado,
pregunté:
      - Señor... ¿seguro que no hay ningún problema?
      - No, no lo hay - respondió amablemente.
      Y procedimos a cerrarla.
      La sensación de estar flotando en un líquido en el interior de mi madre,
mi primer grito, las clases en la universidad, el primer beso a la primera
mujer que amé y los besos a todas las que he amado, los largos ratos
pasados en mi cuna de bebé, los juegos callejeros, los tantos momentos
placenteros y los tristes también; millones y millones de instantes se
agolpaban en mi cerebro, en todo mi cuerpo y sentí como si los estuviera
viviendo todos de nuevo.
       No sé cuánto duró esa confusión interna. Recuerdo que observé que
Jaime intentaba abrir la puerta y le ayudé hasta que pudimos hacerlo. La
mezcolanza de instantes desapareció.
       En el fondo de la cueva el anciano continuaba sentado, impasible.
Pregunté a Jaime en voz baja:
       - ¿Sentiste eso?
       - ¿El caos de momentos? - preguntó él.
       - ¡Sí! ¡Eso!
       - Sí - asintió en tono pensativo.
       Recordé que algunos dicen que cuando uno muere vienen a la mente
        todos los recuerdos. Pensé entonces que estábamos muertos.
        Le contamos al anciano lo que habíamos sentido. Se limitó a sonreír. Y
        nos clavó una de esas miradas de condescendencia que tanto incomodan.
        - Son las tres - dijo Gustavo -, es hora de que bajemos. Señor...
       ¿viene con nosotros?
        - No, muchachos, yo me quedo.
        - ¿Y cómo podrá soportar el frío? - preguntó Jaime.
        - No se preocupen. Yo vivo aquí. Ya me he acostumbrado.
         Preferimos no preguntar más. Aunque su voz era cálida, su figura
infundía respeto, y no nos sentimos con la confianza suficiente de indagar
más sobre su vida.
         En una bolsa plástica empecé a recoger un poco del polvo de oro, o
mejor dicho, todo cuanto podía. Pero el anciano mirándome muy serio, me
preguntó:
          - ¿Qué haces, Henry?
          - Recojo un poco de oro.
          - ¡Déjalo! - me ordenó suavemente - Ya tienes tu mayor tesoro: tu vida.
Aprovéchala. No dejes pasar inútilmente el tiempo.
          No puedo negar que dude en hacerlo, pero finalmente vacié la bolsa.
Preparamos el equipo. Nos despedimos del anciano, quien nos solicitó
que guardáramos el secreto de su existencia allí. Se lo prometimos. E
iniciamos el descenso.
          Cinco días después llegamos al primer caserío. La gente todavía
comentaba el extraño y colectivo suceso del sábado anterior a las dos y 
cuarenta y cinco minutos de la tarde. Durante meses la prensa internacional
habló de ello, pues ese sábado a la misma hora, todos los seres humanos,
y posiblemente los animales y las plantas (no lo sabemos) tuvieron la
sensación de estar viviendo todos y cada uno de sus particulares momentos.
          Físicos, psicólogos, parapsicólogos, médicos. Todos trataron de
explicar el fenómeno. Poco a poco el incidente fue quedando en el olvido.
Solamente libros especializados en fenómenos paranormales hacen
mención de ello.
           Han pasado muchos años. Jaime y Gustavo están muertos. Aunque
no os diga dónde, porque debo guardar el secreto, puedo deciros que en
una montaña muy alta, está el anciano ordenador de momentos, fuente de
esto inefable, tal vez absurdo, que llamamos Tiempo.
Para leer el libro completo "La Realidad es Puro Cuento" puedes dar
clic aquí
Compartir la Vida es el Poemario de Henry E Jones lleno de humor, apasionado y con una voz nítida y sin tapujos. Cada persona es dueña de un poema que le crece adentro, y aquí podemos estar frente a una persona que dejó luces y flores por donde pasó. Somos muy afortunados por la confianza depositada por su hermana y por su amiga en Puerto de la Imaginación.
Elegir la Vida
Elegir la vida es simplemente esto: 
Recordar las palabras en silencio 
y romper los silencios con palabras, 
recoger la ternura y cuidarla,
rescatar la paz de los oscuros abismos
donde la violencia la tiene secuestrada.

Estrechar los cuerpos en un abrazo,
disfrutar la sonrisa de aquel niño
que pasa fugaz por la ventana,
y la mirada tierna del anciano
de figura débil y de piel cansada.

Elegir la vida es palpar cada mañana
que tu cuerpo está dispuesto a la jornada.
Es sentir que tu dolor es mi dolor
y tu soledad… mi desesperanza.

Es sufrir con tu sufrimiento,
pero cantar también en tu bonanza.
Es comprender que todos somos uno,
partes vitales de la misma esperanza.

Elegir la vida es deponer las armas,
y alimentar de amor a nuestras almas.
Es acabar de una vez con la violencia,
que absurdamente se ha vuelto rutinaria.

Es aceptar al otro, saber que existe,
ampliar las fronteras de la tolerancia,
brindar el apoyo, las caricias necesarias,
las que nunca sobran y las que siempre faltan.

Elegir la vida es amar con regocijo
a todo ser que a nuestra vera alcanza;
es saber que somos partículas de sueños,
esencias vitales llenas de esperanzas.

Es entonar la canción nunca cantada,
escribir un poema a la persona amada,
es compartir nuestros cuerpos,
acariciar nuestras almas.

Elegir la vida es arrullar
con tus ojos los colores,
gozar del aire que respiras,
y disfrutar lentamente los olores.

Es escuchar la dulce melodía
al dar un beso con pasión inusitada.
Es saborear esas emociones
que te hacen vibrar con fantasía.

Es captar que, con un deseo encendido,
buscamos ese mundo de pasiones,
y luego reviviremos en las canciones
la caricia recibida y el beso fugitivo.

Como actores de un eterno ritual
afrontamos el presente con energía,
saboreamos dulcemente los instantes,
sentimos con ternura los momentos.

Elegir la vida es vivir en armonía
mantener en la sangre el ímpetu vital,
construir el futuro de amor y de alegría
para que al morir… ¡estemos en paz!
Para leer el poemario completo "Compartir la Vida" puedes dar
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