Tato Calvo

Por L. Jaramillo de i.

Puerto de la Imaginación

abril 21, 2025

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Antes me salían más fácil estas cosas. Antes escribía más tonterías, exageraciones y generalizaciones y, sobre todo, tenía ese nivel de inconsciencia de escribir para el mundo o soltar lo que escribía en un mar que no era mío. Me cuesta ahora porque no puedo escribir para un muerto. Y aún así quisiera que Néstor o Tato fuera conocido por alguien que viva después de mí o muera después que yo.

Su apellido convencional era Moreno, pero le gustaba ser llamado Tato Calvo. Era un renacido: tenía una enfermedad cardiovascular con muy malos pronósticos y aún así siguió varios años y empezó a celebrar un nacimiento consciente —decidido— que le dio una nueva mirada, un nuevo oído y un nuevo pálpito. Estaba dotado de una percepción. Y le doy la razón de que no necesitaba leer, su viaje interior era infinito, tenían ya demasiados archivos esféricos dentro de sí para repasar, como para meterle algún nuevo ruido a esa búsqueda. En lo personal, entendí que ya podía ver y escuchar en otra frecuencia, pero me interesaba más su viaje hacia adentro.

Volver a nacer, las miradas y el gran viaje lo hizo comprender, desprenderse y jugar un poco a hacer un mundo con sus propias reglas y sus propios símbolos. Sus compañeros orgánicos eran un gallo, un gato de nombre Yeyé y una perrita grande de nombre Queen o Queencita. Se movilizaba en una picó de bajo cilindraje que tenía una suerte de cabina o camper para reemplazar un campamento pequeño en un paseo. Le gustaba hacer largas caminatas a Umpalá. Todo eso tenía una suerte de epicentro en una casa con agua organizada, llena de conejos, símbolos y una escultura que era tal cual él, pero con un vacío por donde pasaba el paisaje. HP con un dos que quiere decir al cuadrado era el nombre de la casa, pero también lo que tenía marcado casi todas sus camisas. Significa Hogar de Paso, y tenía varios significados más para cada ocasión, pero estoy seguro que jugaba con el hijueputa tan colombiano. Tato decía lo que pensaba, se salía de lo que quería, rechazaba sin pudor lo que no le cuadraba o apetecía y cantaba la tabla.

Más adentro en esa casa había unos individuales de madera con simbologías, una colección de miniaturas metálicas de instrumentos musicales y un espacio para sentarse al fuego. No necesitaba mucho y había fabricado un mundo del que él era escultor y artífice. Le hablaba a gallos, tortugas, gatos y perros y hacía que le hicieran caso en temas complejos. Nos ponía nombres hermosos y tenía un lema de “Alegre Vivir” con el que remataba los buenos días. Paraba en la bomba de Linderos a comprar envueltos de maíz. Tiraba una burla sobre sí mismo y luego, se ponía muy serio, fingiendo el regaño, cuál es la risa. Uno que otro caía y al final todos reían. Jugaba, hacía reír, con una representación que ya era sólo él.

Realmente me escuchaba. Una tarde hablamos del viaje a El Cairo, una mañana de poesía y una noche varias horas sobre cómo se hacían libros en Colombia y entrevistar artistas. Me acogió un día que no teníamos luz y me acomodó en su escritorio y cada tanto llegaba con un té, frutas y galletas. Para él todo era posible, no tenía el tipo de sorpresa que cerrara puertas, sino que se esmeraba en entender que le faltaba por entender, que le estaba diciendo todo ese universo que se le insinuaba. Tenía una tranquila y profunda curiosidad por los grandes temas o el gran tema. Y eso lo tiene que aprender cada uno. No digamos que tal cual como él, pero cada uno debe desaprender para volver a tener una mirada como él, una sonrisa y una risa como él.

Hizo varias tareas para encontrarnos una relación laboral. Una vez que nos salió un trabajito, estaba muy feliz, y me preguntó cuánto de nuestros gastos quedaban cubiertos. Se preocupa por mí, por ella, por otro, de alguna forma por cada persona. Cuidaba como podía, compartía casi todo y era un hombre totalmente justo. Me enseñó que en la vida tenemos que seguir viajando así estemos solos, reinventarnos sin los que están en otro paseo y para los que no han llegado.

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