ODA A LAS CASAS

Oficina de arquitectura

Puerto de la Imaginación

febrero 28, 2024

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Hay una casa desde la que se ve un imponente cañón por dos grandes ventanales. Despertar o escribir es suspenderse y encontrarse un gallinazo o un pájaro a la altura de la cara. Por las noches la luna entra por la ventana del cuarto bañándolo todo en ámbar. La casa invita a salir por dos puertas a un jardín de arena color rosa piel. Las paredes se confunden con la arena de afuera, el piso se confunde con la piedra de afuera. Al medio día uno quiere estar adentro de la casa para resguardarse de un sol intenso y a las seis de la tarde para protegerse de una suma de vientos que logran enfriar la piel descubierta. La casa palpita en sus temperaturas, luces y se ensancha para pasar, buscarse y pensar.

Hay otra casa que tiene más peso como los fuertes, que tiene antigüedad, pero todo el vigor, nada es ruinoso. Hierro viejo, madera antigua, las piedras cansadas, pero confiables. Allí vive don Carlos, un restaurador de carros. Allí hay metal, motores, se presiente la forja y la ingeniería. Todo eso en medio de la ternura de cuadrúpedos. Las ventanas son más secretas, aparecen en suaves giros de la casa, pero vuelven a ser fuga. La casa es aún más alta que la anterior, como para elevar cometas que miren por los altos ventanales. Hay una visión ocre y castaña que anuncia un perfume certero de padre. Un patio interno que tiene gradas envejecidas, que transporta a un ritual siciliano, y que hoy ya está destinado para las plantas en materas, es un espacio insólito. El jardín trasero es ya un desparrame selvático maravilloso. Del jardín se puede retornar por un lateral que tiene una de las mejores vistas de Medellín, desde una banca que era una parte de una avioneta.

“El atardecer es de mis momentos mejores allá: cuando ya se ha ocultado el sol del todo, quedan las montañas negras, y el cielo aún con luz. Se crea un perfil muy bonito.”1

Una tercera casa aparece después de una corta caminata sobre una manga muy verde, fresca y húmeda. Luego hay que bajar unas escaleras y entonces aparece suspendida, de cristal. Imposible decir si es grande o pequeña porque puede ocupar un pequeño punto o estar fundida en la inmensidad. Los corredores son pasarelas con ventanas que parecen cuadros verdes delineados con el azul de las once de la mañana. En un balcón con un generoso corredor vemos la Represa, hoy de La Fe, antes espíritu Santo, junto a Pantanillo, Rionegro, aunque llegamos por El Retiro.

1. Mateo Mejía Echeverría

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