Indócil se puede leer en trance. Al principio no se aguanta más de una página al día, pero algo va germinando hasta que las últimas veinte páginas se pueden leer en una sola bocanada. Es la primera novela de Laura Ortiz y se nota que se fue gestando con esmero en sus entrañas.
¿Qué crítica podemos hacer? ¿y por qué hacer crítica? En la fallida historia intelectual colombiana la crítica se ha hecho como una venganza vedada, una forma de subordinar y —sobre todo— como superioridad moral. Aquí en Puerto hacemos la crítica, sobre todo, como una razón intimista, un retorno con relieve, porque ninguna obra llega diáfana a la lectora o al lector, resuena de maneras únicas. Y bueno, aunque titubee mucho, digo un par de tonterías: el título es muy genérico, no da pistas, no sintetiza lo que allí pasa, y el comienzo es un poco frío, no tiene esfuerzos para pactar con el lector. Con esta crítica, también queremos ayudar a la lectura, tengan paciencia que se pone muy buena muy rápido y cada vez es mejor, hasta llegar a un maravillante final. Es una novela tan creativa y preciosa que puede desencajar la mandíbula. Además Laura está llena de recursos.
Es una novela de vanguardia y feminista. Aquí trato de no adjetivar de más o poner muchos apellidos y se me encienden las dudas de si puede haber literatura que no sea rebelde, que no sea una suerte de resquemor u oposición a la realidad o al statu quo. Puede ser que haya proyectos contemplativos o voces que anidan en celebraciones donde esto no sea tan visible o por lo menos sea muy abstracto, pero acá hay mucha intensidad y una franqueza feroz para tratar la desigualdad y las injusticias. Este libro está prohibido para casi cualquier inmobiliaria.
La vanguardia y lo experimental me gustan mucho porque es arriesgar y es juego. Probablemente el libro más experimental que existe es el Quijote, aunque como dice mi maestro Jorge Giraldo no es lo más lindo escrito en español. Laura Ortiz nos obliga y quizá le da un pequeño dolor de cabeza al editor cambiando márgenes, haciendo formas con el texto y cambiando tipos de letras.
Esta es una novela que ofrece un punto de vista único. No voy a hablar mucho de la trama, porque aquí no escribimos para reemplazar la lectura, no hacemos resúmenes y no somos intermediarios, somos amplificadores y puente. Sólo hay que anunciar que todo ocurre en una casa, pero que está casa es testigo y narradora. Las mujeres se unen en esta trama primero entre ellas, pero después con mujeres y hombres marginados, sin tierra y sin casa. Más al fondo —porque esta es una novela en espiral— están dos mujeres que se aman en horas robadas a la explotación y en lo profundo profundo está la magia que ellas, un hermano, un niño, una niña y una adolescente indígena muerta —o sus huesos— hacen.
Yo conocí ese hermano, yo conocí ese muchacho eternizado, y comprendí tarde que uno no tiene nada para enseñarle, que lo único que habría que hacer es trabajar o politizar para que el mundo se adapte a él, no con esperanza —porque no es palabra de mi alfabeto íntimo—, sino con un delirio que ama —hasta que se vuelva yesca—.