Gloria es una novela del 2023 de Andrés Felipe Solano. Es un hijo narrando a una madre, porque como cualquier persona que se decide narrar y darle voz en la literatura es maravillosa, porque el hijo, picado por las gestas raras de la literatura decide ver desde otro punto de vista, encarnar las relaciones de pareja, la maternidad, la forma de enfrentarse a la migración, anhelos y decepciones. Se imagina por ejemplo a la madre huyendo en un Porsche, más bien se imagina a la madre imaginando.
Un personaje, El Torero, termina siendo profetizado y aparece un retorno peligroso. A mí me pareció deliciosamente atrevido. Moondog empieza a aparecer en escena y descubro que ya lo tenía en una lista de reproducción, por Philip Glass, pero nunca lo había oído cantar, ni imaginar con una lanza y un casco vikingo en Nueva York. Entra y sale de la novela con pudor saberlo ajeno a la propia historia. Vale la pena sólo para ver esa foto de Gloria y él, comprar el libro en su primera edición (ojalá no la quiten en ediciones próximas). El Tigre se vuelve por momentos coprotagonista y la novela termina en una lavandería, pero empieza en un concierto, una de las veces que el autor juega sin romper la complicidad a no decirnos el nombre hasta que sale, hasta que reconocemos su música. La novela se mueve entre las aguas de una filosofía total, tierna y confidente sobre una madre, donde el hijo aparece por retazos, y un freakshow de aquel que reconoce belleza y sabiduría en fenómenos, y además sabe que puede devenir en uno o tiene sus ratos donde no logra disimular serlo.
Sentí frío en la prosa de Andrés Felipe Solano, luego me di cuenta que susurra, pero eso no le quita velocidad y —sobre todo— ritmo. Es claro para mí que está escribiendo con cara de palo o pokerface, pero obviamente no es una trampa. Hay que secarse así para escribir tan bien sobre la mamá. Mejor cara de féretro Esa cara es de una profunda introyección, luego de poner a descansar los ojos. Sí, escribe con los ojos cerrados, necesario porque lo que uno agradece es una mirada devoradora del olvido, ese fuego desesperante, y que haya sido desde que era un niño de brazos una cámara de carne para guardar en ese pozo profundo todas esas imágenes de todos los sentidos —móviles y revivibles—.